CAPUCCINO

Salí una hora antes del trabajo y caminando por las calles de Bari me di cuenta de lo mucho que me apetecía tomar un capuccino. Entré en la primera cafetería que vi y me senté en un rincón apartado.
Entre sorbo y sorbo pensé en mi vida, tan llena de esperanza hacía apenas unos meses, tan vacía ahora.
En la mesa contigua se sentó un hombre de unos 30 años, con aire despreocupado y unos ojos verdes muy simpáticos.
No paraba de darle vueltas al café con la cucharilla y de mirarle. Empecé a imaginarme como sería, de dónde vendría... pero no logré imaginar nada normal, cosa que me inquietó y me hizo sentir más atraída por aquel desconocido

Entré en una cafetería cualquiera para tomar un capuccino, era mi día libre y no tenía nada mejor que hacer, ya nada me motivaba, además.
Me senté en una mesa del fondo para poder fumarme un cigarrillo, al lado había una chica con un pelo dorado increíble y unos ojos del color de mi café.
¿Qué estaría tomando? ¿Qué haría después de estar allí?... una serie de preguntas tontas se me pasaban por la cabeza mientras la observaba y pegaba largas caladas.


Ninguno de los dos se había dado cuenta pero estaban mirándose fijamente, buceando en sus miradas e intentando descubrir secretos.
Cuando se dieron cuenta, ella, veloz, salió de la cafetería. Y allí quedó él, en aquel rincón, aún sumido en sus pensamientos.
Y al levantarse para salir de allí algo llamó su atención: una servilleta de papel con una dirección en la mesa de al lado.
La dobló, la metió en su bolsillo mientras sonreía y se marchó.